Sabemos que la sociedad está compuesta por un grupo de individuos y sus interacciones entre sí y con su entorno. “La oposición entre psicología individual y psicología social o colectiva, que a primera vista puede parecernos muy profunda, pierde gran parte de su significación en cuanto la sometemos a más detenido examen... En la vida anímica individual aparece integrado siempre, efectivamente, el otro, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado." (Freud, 1997)
Ahora bien, cada individuo está formado básicamente por mente y cuerpo. Los procesos mentales o psicológicos son estudiados por la psicología, uno de sus métodos es el psicoanálisis, que es el que nos interesa por ahora para este trabajo, cuyo iniciador sabemos es Sigmund Freud.
“La expresión psíquica de las pulsiones siempre se constituye en influjos sociales y políticos más amplios […] esta actitud de representación de si, y de innovación, es premisa de toda transformación social y renovación cultural.” (Elliot, 1995: 47)
Cabe preguntarse si las sociedades de hoy en día son sociedades “sanas”, o si por otro lado, están infectadas con el ritmo del mundo moderno. Nos damos cuenta que el ritmo de vida ha ido cambiando sustantivamente desde hace ya varias décadas (o tal vez varios siglos) y con esa transformación lo social ha sufrido también un cambio radical. Hemos pasado de la vida considerada como tranquila de antes de la industrialización y la introducción del capitalismo y sus imposiciones, a una velocidad que hoy por hoy nos dejan sin aliento. Nueva velocidad, nuevos problemas sociales. El fenómeno se constituye de acuerdo a las exigencias y metas impuestas por la sociedad contemporánea que debemos alcanzar: un nivel educativo más alto, un mejor empleo, un mejor auto, una mejor vivienda, más comodidades para la familia, y así, suma y sigue. Existe otro modelo de comprensión del mundo, muy diferente a lo que se conoció antes de todas estas “anomalías”.
El ser humano del siglo XX-XXI se ha hecho de tantas cargas sociales y personales que actualmente además de destinar fondos a los ítems básicos del presupuesto mensual de muchas familias, dícese de conceptos como alimentación, educación, vestuario, entre otros, se le suma la factura del psicólogo o psiquiatra (dependiendo de la gravedad del asunto).
Hoy en día las licencias médicas que aparecen como número uno en las empresas son las relacionadas con trastornos mentales, como el stress y la depresión, una suerte de lo que parecieran ser patologías de la sociedad occidental contemporánea[1].
La inestabilidad mental y emocional es un nuevo fenómeno social que se ha ido fortaleciendo con el tiempo, y pareciera que llegó para quedarse.
Para vislumbrar algunas explicaciones respecto a esto, tenemos que remontarnos a algunos trabajos de Freud en donde aparecen por primera vez conceptos como la neurosis y la neurastenia, y cómo ellos se relacionan con lo que estamos viviendo actualmente, y de cómo se articula la concepción psicoanalítica de Freud con la sociología, o mejor dicho, con la construcción de una teoría social.
Para Freud, la neurosis es “el resultado de un conflicto entre el yo y su ello […] en la neurosis se evita, al modo de una huida, un fragmento de la realidad.” (Freud, 2003: 155-195) También hace una distinción entre este concepto, y la neurastenia, ya que mucha gente cree que están enlazadas, pero para Freud no. La neurastenia es entendida como una serie de síntomas que tienen que ver con la vida occidental de la gente. “La define por la impresión de fatiga física, las cefaleas, la dispepsia, la constipación, las parestesias espinales, el empobrecimiento de la actividad sexual.” (Laplanche & Pontalis, 2004: 235-236)
En los trabajos de este autor, se habla de la neurosis de angustia como producto de una serie de problemáticas y disfunciones sexuales, todas ellas clasificadas de acuerdo al sexo, a la edad y a la situación actual de las personas. En este sentido, la neurosis analizada para este trabajo no será tratada bajo el punto de vista de la naturaleza sexual, sino bajo lo que Freud llamaría como esa neurosis consecuencia de un “surmenage” (también conocido como síndrome de fatiga crónica) o esfuerzo agotador, anormalidad que podríamos adjudicar por supuesto al ritmo de vida que llevamos actualmente.
Por otro lado, la cultura le proporcionaría a las personas “normas que les permiten vivir con un defecto sin enfermarse. Es como si cada cultura proporcionase el remedio contra la exteriorización de síntomas neuróticos manifiestos que son resultantes del defecto que ella misma produce.” (Fromm, 1990: 22)
La dinámica social no es sólo un tema que atañe a sociólogos, sino que también a psicólogos y a las ciencias sociales en general. Tal como mencionaba en las páginas anteriores, existe una correlación entre individuo y sociedad. Los fenómenos sociales se manifiestan como una serie de reacciones sintomáticas de la sociedad que los produce, y a la vez tiene relación directa con los procesos psicológicos de los individuos que la componen.
De esta forma, las sociedades producirían enfermedades mentales, así como también el remedio para no enfermarse. Es cosa de salir a caminar por la ciudad y encontrarse con cines y teatros, ofertas culturales y de ocio (que acá no son muchas, pero las hay) para poder brindarle al hombre contemporáneo un antídoto para poder contrarrestar la rutina y el cansancio que ella misma nos hace involucrarnos en esta estructura en la que tenemos que vivir todos los días y que muchas veces nos causa angustia y ansiedad.
Las manifestaciones neuróticas (neurosis actuales), de las que habla Freud están a la orden del día. Este auto lo explica orientado hacia lo sexual, pero lo que quiere decir es que la sociedad contemporánea hace que la satisfacción libidinal, la sexual (en donde sólo una parte tiene que ver con los actos sexuales, lo demás es en general, como las relaciones con los otros, etc.) no es completamente satisfecha, y esa falta de satisfacción crea la experimentación de síntomas tales como trastornos de la conducta, de los sentimientos o de las ideas, lo que causa que el sujete se vea afectado por una serie de conflictos internos que lo llevan de cierta forma a colapsar psíquica y emocionalmente, aunque también en muchos casos estas afecciones pasan al plano físico-biológico, es decir, trastornos psicosomáticos.
El stress, ya desde el siglo XIX, es concebido por Beard como un desgaste nervioso, quien además populariza el término neurastenia. Aunque si bien es cierto, se distinguen estos dos conceptos, ya desde entonces había una preocupación por los estragos en la salud mental de las personas que estaban causando las exigencias de la vida moderna, especialmente en las grandes ciudades y las condiciones sociales que ellas mismas contenían.
Robert Kugelmann (1992) menciona que “empezando en 1880, durante 40 años, el cuadro de neurastenia se consideró una enfermedad resultante de una sobrecarga del sistema nervioso que producía una serie de desórdenes por lo que se le llamó también “debilidad de los nervios.”
Si traemos todos estos datos hasta la actualidad, nos damos cuenta que estos fenómenos eran también una preocupación de aquellas sociedades y no sólo de la nuestra, lo que nos hace pensar que el elemento en común entre el ayer y el hoy es sin duda la presión constante de las personas por el ambiente social en el que viven.
Antiguamente dichas patologías nerviosas eran asociadas netamente a la clase alta y los intelectuales de la época, hoy por hoy el desequilibrio mental afecta a todas las clases por igual, aunque creo que los que más se llevan el peso de las exigencias sociales son aquellos que componen la clase media, ya que están obligados a ser exitosos y triunfar, a superarse mediante el esfuerzo (conseguir un mejor trabajo gracias a la educación, brindarle a los hijos mejores condiciones socioeconómicas y académicas para superar a la generación anterior, la de los padres, etc.), o bien, a fracasar (socialmente) y pasar a componer la alta tasa que existe de pobreza.
A medida que se escala socialmente, vienen también nuevas responsabilidades. Al obtener un ascenso laboral, por ejemplo, trae consigo una mayor exigencia y más altas expectativas ya sea de quienes componen la jerarquía superior, es decir, por parte de los jefes, y de los que componen el grupo familiar del sujeto. Las personas están sometidas a un gran esfuerzo, fruto del aumento en las horas de trabajo y en los quehaceres que le han sido conferidos.
En nuestra sociedad actual, las mujeres también se han visto afectadas por el cambio en los patrones modernos. Muchas han optado por salir al mundo laboral desde hace ya varios años, las cuales se han convertido en un modelo a seguir por las generaciones femeninas posteriores.
Vemos cómo ellas intentan compatibilizar un desarrollo profesional exitoso en sus trabajos con las labores del hogar, como la crianza de los hijos y el mantenimiento del hogar. Lo que por supuesto causa grandes frustraciones y una exigencia tal, que conlleva a muchas de ellas a padecer de stress, ansiedad y depresión. ¿Por qué? Partamos diciendo que la exigencia es mucho mayor en mujeres que en hombres. Las mujeres han tenido que esforzarse el doble para poder estar a la par, profesionalmente con el sexo opuesto. En los trabajos, aquéllas que tienen los puestos más altos deben rendir con un mayor número de hora, fruto de las mayores responsabilidades que adquieren.
Luego de un extenuante día laboral, han de llegar a sus respectivos hogares y preocuparse de lo que necesitan sus hijos, intentando ser una “buena madre”, preparando almuerzos y mochilas para el día siguiente, preocupándose de lo que hace falta en la casa y cumpliendo con sus deberes maritales, sin contar con el tiempo para sí mismas. Sobre ellas recaen muchas presiones sociales, que la hacen vulnerable a sufrir de cuadros neurasténicos y a ser parte importante de este fenómeno social.
El caso del género femenino es sólo un ejemplo para ilustrar el motivo que me lleva a realizar este trabajo, que más bien es una breve aproximación a una de las tantas anomalías que están presentes en la sociedad y que son parte de la construcción del marco teórico de esta asignatura.
El psicoanálisis freudiano y la psicología en general nos aporta herramientas para lograr comprender hasta qué punto puede confluir esta disciplina con la sociología, por mucho que nos parecieran dos ámbitos totalmente alejados.
Vivimos en una sociedad que cada vez presenta más patologías, provocadas por la manera en que nos enfrentamos al diario vivir, en donde se nos dice cómo debemos comportarnos, qué es lo que se espera de nosotros y qué debemos lograr o aspirar a ser.
La función del carácter social consiste en moldear las energías de los individuos de la sociedad de tal suerte, que su conducta no sea de decisión consciente en cuanto a seguir o no seguir la norma social, sino asunto de querer obrar como tienen que obrar, encontrando al mismo tiempo placer en obrar como lo requiere la cultura. En otras palabras, la función del carácter social consiste en moldear y canalizar la energía humana dentro de una sociedad determinada a fin de que pueda seguir funcionando aquella sociedad. (Fromm, 1990: 72)
Toda construcción social necesita de ciertas exigencias impuestas, muchas veces sutilmente, mediante normas y patrones sociales preestablecidos a quienes la componen, a modo de preservar una continuidad y una cierta coherencia en sí misma, para de esta forma mantener un cierto orden y evitar el caos. El problema radica en cuáles son estas demandas que se les hacen a los individuos, de tal forma que no caigan al abismo en el intento.
La neurastenia y la neurosis parecieran ser los mecanismos que tienen nuestra mente y nuestro cuerpo de hacerle un llamado de atención al modo de vida que se nos ha obligado a tener gracias al contexto de las nuevas demandas de la modernidad.
Referencias bibliográficas
Elliot, A. (1995). Teoría Social y Psicoanálisis en transición. Sujeto y sociedad de Freud a Kristeva. Buenos Aires: Amorrortu editores.
Freud, S. (2003). Neurosis y psicosis (1924[1923]) (pp. 151-159), La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis (1924) (pp. 189-198). En Obras completas: El yo y el ello y otras obras (1923-1925) (Vol. XIX). (J. L. Etcheverry, Trad.) Buenos Aires, Argentina: Amorrortu editores.
Freud, S. (1997). Obras completas: Psicología de las masas y análisis del Yo (Vol. XVIII). (Etcheverry, Trad.) Buenos Aires, Argentina: Amorrortu editores.
Fromm, E. (1990). Capítulo 1: ¿Estamos sanos? (pp. 11-17), Capítulo 2: ¿Puede estar enferma una sociedad? Patología de la normalidad (pp. 18-25), Capítulo 4: Salud mental y sociedad (pp. 62-70), capítulo 5: El hombre en la sociedad capitalista (pp. 71-74). En Psicoanálisis de la sociedad contemporánea. Buenos Aires: Fondo de cultura económica de Argentina S.A.
Hollitscher, W. (1950). Introducción: relaciones entre el psicoanálisis y la sociología (pp. 19-30), Capítulo 5: La angustia (pp.103-116). En Psicoanálisis y sociología. Buenos Aires, Argentina: Paidós.
Kugelmann, R. (1992). Stress: The Nature and History of Engineered Grief. 86-88. Westport, EE.UU: Greenwood Publishing Group Inc.
Laplanche, J., & Pontalis, J.-B. (2004). Diccionario de Psicoanálisis. Buenos Aires, Argentina: Paidós.
[1] Fromm, E. (1990). Psicoanálisis de la sociedad contemporánea. Buenos Aires: Fondo de cultura económica de Argentina S.A. Pág. 12.